A mi padre,
Horacio Rosales Sarria
(1952-2018)
Horacio Rosales Sarria
(1952-2018)
Creo en ti, padre que has muerto para siempre,
padre que ya no existes, que no eres, que no estás.
Creo en ti porque esperabas la muerte y, sin embargo,
vi tu asombro cuando empezó a faltarte el aire;
porque no te levantaste,
ni abriste los ojos,
ni dijiste una sola palabra
durante los tres días de tu agonía;
porque mis lágrimas no apagaron
la fiebre que abrasaba tu cansada materia;
porque muchas veces hablamos de tu ausencia
y no me libraste del dolor universal de verte morir.
Creo en tu cuerpo desahuciado,
en tu espalda doblada por el peso del sol,
en tu frente de piedra sumergida,
en el viejo papel que envolvía tus huesos,
en tus ojos vueltos a los dolores de adentro.
Creo en el silencio de tu corazón muerto,
en el silencio de tu pecho
bendito con mi llanto de niño,
en el silencio de todas las cosas que dejaste huérfanas,
en el silencio de los retratos ante los cuales lloramos,
en el silencio con que tus cenizas
se unirán a las cenizas del mundo.
Creo en tu infancia remota,
aunque no encuentre tu fantasma
en aquellos barrios siempre atardecidos
donde viviste la dicha de quien ignora el futuro.
Creo en tu juventud,
aunque solo queden fotografías grises como el diluvio,
memorias de casas y teatros demolidos
donde bailaste y viste películas de vaqueros
con otros difuntos que hoy están tan callados como tú.
Creo en tu mano
que serenaba mi corazón tocándome el hombro,
tu mano que la muerte y el fuego me han robado,
porque curó a quien tenía cura
y despidió con resignación al incurable.
Creo en ti, padre mortal y muerto,
porque ibas a morir y moriste,
porque deseabas vivir otros veinte años
y ningún milagro te alentó
más allá del final de tus días,
porque animas la nada con mi tormento.
Concédeme la duda eterna
y el dolor de estar vivo entre los muertos.
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