domingo, 19 de marzo de 2017
Ciega criatura
Qué criatura tan ciega es el ser humano. Cuando cree que marcha hacia la felicidad, cae de bruces en el tormento. Cuando cree que está haciendo lo correcto, se está precipitando a la destrucción. Vamos caminando a tientas hacia la muerte, asiéndonos a fragmentos de esperanza que, en el momento en que el abismo nos reclame, no nos sostendrán.
lunes, 30 de enero de 2017
La verdad ya no basta
Los que trabajamos en medios de comunicación solemos quejarnos de la crisis de nuestro oficio. Lamentamos que tantos periódicos y revistas cierren operaciones o reduzcan su personal a unos mínimos de funcionamiento, que los salarios se mantengan en unos niveles muy bajos con respecto a otras profesiones; que los comunicadores, para no parecer tan prescindibles a nuestros empleadores, debamos aprender a tomar fotos, grabar videos, publicitar y mercadear productos, e incluso a gerenciar dependencias; que la lucidez y la elocuencia no sirvan para sostenernos en un cargo y atraer nuevos públicos; que para ser leídos debamos convertirnos en sirvientes de unas reinas superpoderosas, despóticas y patológicamente impacientes llamadas redes sociales.
Todos estos aullidos contienen una porción de verdad, pero la crisis es, en realidad, una transformación, una liberación y una oportunidad de reinvención laboral y personal. Con la proliferación de publicaciones escritas y audiovisuales en Internet, la verdad se ha fragmentado de tal manera que cada quien es libre de elegir en qué fragmento del espejo desea verse reflejado. En palabras menos alegóricas: la verdad ya no basta y las audiencias demandan emociones, indignación, rabia, sentimientos de justicia o de iniquidad, la sensación de ser comprendidas o vilipendiadas.
Los periodistas podemos seguir pretendiendo que somos científicos sociales y que siempre registramos los hechos con pulso firme y escritura serena. También podemos aceptar que lectores, espectadores y audiencias esperan que nos arriesguemos a la intolerancia de los poderosos y de las masas, a la muerte física y moral, al aplauso y al ridículo, para denunciar crímenes e injusticias o simplemente decir lo que otros comentan en los círculos seguros de la familia y la amistad.
Incluso en el periodismo judicial, que requiere un apego ortodoxo a la ética periodística, se le pide al reportero que abomine la impunidad o la laxitud de una condena, que reclame castigos más severos o hable por las victimas cuyos victimarios están libres. En el caso del periodismo de opinión, el columnista es, para unos, ese amigo que expresa con más elocuencia y lucidez lo que ellos piensan, y para otros, ese vecino con el se discute a gritos cuando el aburrimiento y la frustración los desbordan.
Los periodistas podemos ser ahora mucho más de lo que podíamos ser antes. En el pasado, éramos o algo telegrafistas o algo literatos, algo sociólogos o algo proselitistas, algo profetas del desastre o algo payasos. Hoy tenemos todas esas mismas facetas al alcance, pero también la posibilidad de desempeñarlas de manera más genuina y versátil. En jornadas laborales, podemos defender el equilibrio informativo; en nuestro tiempo libre, filmarnos en el papel de abanderados de una causa de izquierda o derecha, a favor o en contra. ¿Por qué no terminar una jornada en la que se han cubierto homicidios, accidentes de tránsito, linchamientos, desastres naturales, atentados terroristas, amenazas nucleares, protestas, violaciones y muertes de celebridades con una emisión en vivo, por Facebook o Instagram, en la que compartamos recetas saludables, concejos para ejercitarse en casa y técnicas de autosugestión? Es posible que en esos momentos de ocio y exhibicionismo, cuando somos menos reporteros, descubramos una mina de oro como gurús y sibaritas.
El auge de las llamadas “falsas noticias”, eufemismo para referirse a las mentiras descaradas, es una de las tantas entradas —o salidas— que se nos ofrecen en este mundo hiperconectado, ansioso, paranoico, adicto a la indignación y la furia. Hay muchas soluciones para no morirse de hambre. Podemos salir del closet de la imparcialidad, reconocer que somos ciudadanos un poco más informados y participar libremente en los movimientos de la historia, según lo dicten nuestras convicciones o prejuicios. Podemos hacer reír a unos y aburrir a otros. Podemos ser pendencieros de la derecha o la izquierda, por contrato o por neurosis. Podemos ser mucho más que reporteros o nada más que personas buscándose a sí mismas ante la mirada severa o la indiferencia de los internautas.
Somos libres de inventar la fórmula —un poco de ecuanimidad aquí, otro poco de acidez allá; una pizca de ambición o un pocillo de codicia—, y libres también de soportar o no los insultos, la burla, el desinterés o la presión de que todo nos salga igual o mejor que ese escrito o video con el cual nos ganamos, sorpresiva o calculadamente, la etiqueta de líderes de opinión, creadores de tendencias, conspiradores, contadores de historias, bufones o heraldos en busca de un mensaje.
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