jueves, 19 de marzo de 2015

Juicio de Francisco de Quevedo sobre la astrología

Para conmigo muy desautorizado crédito tiene la astrología judiciaria. Es una ciencia que tienen por golosina los cobardes, sin otro fundamento que el crédito de los supersticiosos. Es de la naturaleza del pecado, que todos dicen que es malo y le cometen todos. Es un falso testimonio que los hombres mal ocupados levantan a las estrellas. 

No niego que las causas superiores no gobiernan la naturaleza de la tierra, ni que de sus influencias dependa esta porción inferior. Mas con ella propia niego que sus aforismos tengan verdad, pues ni ellos son nivelados con alguna certeza, ni hay experiencia que no la desmienta. Con una propia posición de signos y planetas y aspectos, uno murió muerte violenta, y otro fue largos años fortunado. Y sin diferenciarse en algo, en una propia casa las estrellas son raramente verdaderas y frecuentemente mentirosas. 

Con evidencia probó esto, y sin respuesta, después de otros muchos doctos y religiosos escritores, Sixto ab Hemminga Frisio, en su libro, cuyo título es Astrologiae, ratione et experientia refutatae, demostrándolo en treinta nacimientos de treinta príncipes, reyes, emperadores y pontífices, cuyas vidas y muertes fueron ejemplo de sumas fortunas y miserias, observadas por Cipriano Leovicio, Jerónimo Cardano, Lucas Gáurico, grandes maestros de la astrología judiciaria. 

Y siendo así que toda ella es un temor forzoso y un consuelo inútil, y tan vana cuando es amenaza como cuando es promesa, ni a ella le faltarán secuaces ni a ellos aplausos. ¡Oh, ceguedad del hombre, que no sabiendo lo que es y olvidando lo que fue, quiere saber lo que será! 

No ignoro muchos casos extraños que se refieren de la astrología; mas como son en el mundo más antiguos los embusteros que los astrólogos, y en todo tiempo hubo credulidad y ignorancia y mentirosos, yo retraigo a la duda la calificación destos cuentos. 

Por esto aconsejaré a los príncipes dos cosas: la primera, que no los oigan; la segunda, que si los oyen, por la religión no los crean, y que por la prudencia no los desprecien; que con esto dotrinarán bien el error de haberlos oído. 

Un día antes, la ave llamada regaliolo, llevando un ramo de laurel y siguiéndola muchas aves de varios colores, entrándose en la curia de Pompeyo, fue dellas despedazada; y aquella noche que amaneció el día de su muerte, al mismo César le apareció entre sueños, que volaba sobre las nubes, y también que se daba las manos con Jove. 

Calpurnia, su mujer, vio como en visión que se caía lo más alto de su palacio y que en sus faldas mataban a su marido; y luego, de repente, se abrieron las puertas de su aposento. Concedamos que todo esto sucedió como lo escriben, persuadidos eran diligencias de la inmensa piedad de Dios para evitar en los conjurados el delito del homicidio, y en César para prevenirle la muerte. Hablolos por los agüeros que entonces oían; aconsejolos con las aves, con los animales, con los sepulcros, con los sueños, porque ni a César contra Dios le quedase queja de su muerte, ni a los matadores excusa de su delito. 

Por esto los monarcas deben cargar la consideración sobre los acontecimientos, considerándolos como prevenciones divinas, no como supersticiones humanas.

Vida de Marco Bruto (1631-1644)